jueves, 3 de noviembre de 2011

La venta

Definitivamente no nací para vender. No tengo el don que poseen algunas personas de ofrecerte un producto y lograr que los clientes lo compren e incluso se vayan contentos. Hace un par de semanas un hecho casual me sorprendió. 

Entré a un local que vende camisetas de fútbol, infinidad de ellas. Estaba asombrada por la variedad que había, con algunas tenía que acercarme a ver el escudo porque no tenía ni idea a qué equipo pertenecía. Me llamó la atención que al entrar no se me había abalanzado ningún vendedor que me atacara con la pregunta: “¿Te puedo ayudar?”, y era porque el lugar estaba vacío, por eso me dediqué a mirar cada una de las casacas que colgaba de los percheros. 

De pronto una voz salió detrás de mí y me preguntó con acento español: “¿De qué equipo es esa casaca?”. “De Argentinos Juniors”, le respondí y él, un hombre alto con zapatos de treeking, fue directo a ver el precio de la etiqueta. “¿$150?, es mucho para mi presupuesto”, dijo. Yo me quedé mirándolo asombrada por el comentario. 

Miró un par de camisetas más y se fue. Yo seguía  sorprendida por la variedad de clubes. En un instante el local se inundó de chinos, no sé de dónde habían salido, pero ahí estaban. Ninguno tenía una cámara en sus manos, raro. Hablaban entre ellos, qué no sé, pero hablan mucho. De fondo una canción de Fito Paez, ellos seguían hablando. Dos miraban camisetas, los otros diez hablaban. Así como entraron se fueron. El local seguía perdiendo clientes, nadie aparecía para vender.

Detrás del contingente entró una señora con su hijo, como de 16 años, entraron. El chico tenía los auriculares en sus oídos y el volumen me dejaba escuchar “Todo Sigue Igual” de Viejas Locas. Su madre miraba las pelotas de fútbol, mientras que él estaba hipnotizado frente a la camiseta de Manchester United. Ella tomó la que tenía el escudo de Boca y le dijo: “Llevamos esta y punto”. Él no escuchó. Ella se acercó y le sacó los auriculares. “Dije que llevamos esta y punto”, le gritó como si el chico siguiera con el ruido en sus oídos. “No, ya sé lo que quiero, esta camiseta”, y agarró la del United. Ella buscó la etiqueta, la dio vuelta y sus ojos se desorbitaron. “¡Vos estás loco!”, exclamó, al igual que al español, el presupuesto no le daba, aunque su cartera Louis Vuitton y sus Ray Ban decía lo contrario. El chico no dijo nada, se puso los auriculares y salió del local. La madre seguía con la pelota en la mano. Me miró y me preguntó si yo era del local. “No”, le contesté. Esperó unos minutos, dejó la pelota arriba del mostrador y se fue.  

Cuando me aprestaba a salir entraron dos rubios con cara de ingleses. Cerca de la puerta una camiseta celeste me llamó la atención y me detuve a mirarla, era la alternativa de Chacarita Juniors. Efectivamente hablaban inglés y miraban con detenimiento la última casaca alternativa que sacó River, instantáneamente me preguntaron en inglés, de qué equipo era esa casaca. Les contesté que era la Away-Shirt de River y me preguntaron cuál era la Home-Shirt (Camiseta de casa). Al parecer tenían menos fútbol que Utilísima o tal vez la popularidad de River en el mundo bajó. Se las mostré y al igual que el español miraron el precio y dijeron que era muy cara. Sin pensarlo les dije que había un equipo que tenía un diseño parecido y les mostré la de Argentinos se miraron y dijeron la palabra clave “I’ll take it” (La llevo). Como si la frase la hubiese llamado del más allá una chica con calzas entró al local y me preguntó en qué me podía ayudar. “A mí en nada, pero ellos quieren llevarse la camiseta de Argentinos”. “¿De quién?”, me preguntó. “Esa”, le dije. “Ahhh”, exclamó asombrada. 

Saludé a los dos ingleses, que me agradecieron y salí del local. Había cumplido un sueño, vender. 

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